Como muchos de vosotros ya sabéis, hace unos meses tuvimos que enfrentar una campaña de censura en la que todas nuestras obras fueron retiradas del mercado por publicar un libro que contenía una palabra considerada “inapropiada”. Este hecho nos ha llevado a reflexionar sobre un fenómeno que, aunque pudiera parecer de otra época, está cada día más vigente. Por eso queremos poner un poco de contexto histórico que nos ayude a entender mejor la situación en la que nos encontramos y nos permita analizar las posibles acciones que podemos tomar todos los que formamos parte de la comunidad literaria para enfrentarnos a este problema.
¿QUÉ ES LA CENSURA?
Antes de profundizar en la cuestión, es importante poner en común la definición del concepto para que todos sepamos de qué estamos hablando. En términos generales, hablamos de censura para referirnos a los actos represivos por parte del Estado u otros grupos de autoridad con el objetivo de silenciar ideas consideradas peligrosas, suprimir información comprometedora u ocultar las opiniones incómodas.
La censura es en cierto modo algo consustancial al ser humano. A lo largo de los tiempos, el deseo de limitar la libertad de expresión ha sido un impulso constante en todas las relaciones de poder, pero se ha acentuado más cuanto más abusivas han sido estas.
LA CENSURA EN EL PASADO
La historia de la censura literaria se remonta casi al origen de la propia escritura, aunque durante siglos estuvo fundamentada principalmente por motivos religiosos. El ejemplo por antonomasia sería el de la Iglesia Católica, que llegó a publicar el Index librorum prohibitorum (Índice de Libros Prohibidos), una lista de obras heréticas que los fieles no debían leer bajo pena de excomunión. Autores como Galileo Galilei o Copérnico son algunos de los casos más sonados, pero en aquellos tiempos la mayoría de gente era analfabeta y no se preocupaba por la censura o la Inquisición.
Sin embargo, a raíz de la invención de la imprenta se popularizó la lectura y se produjeron cambios culturales como la Ilustración que pusieron en jaque a los dogmas religiosos y abrieron paso a la ciencia y la Revolución Industrial. Pero el fin del Antiguo Régimen también trajo consigo la aparición de los Estados-nación modernos, y la censura pasó a estar en manos de los gobiernos, que empezaron a utilizarla como una herramienta para consolidar su poder político. Los ejemplos más claros llegaron con los regímenes totalitarios del siglo XX: la Alemania nacionalsocialista, la España franquista o la Unión Soviética tuvieron organizaciones dedicadas exclusivamente a perseguir obras que promovieran ideas liberales.
LA CENSURA EN LA ACTUALIDAD
Aunque la libertad de expresión se considera un derecho fundamental en todas las sociedades libres y la digitalización ha facilitado la comunicación y el acceso a la información, la censura ha adoptado nuevas formas y justificaciones y está creciendo a un ritmo exponencial. Incluso en las democracias contemporáneas, en las que los poderes están limitados, la clase dirigente busca mecanismos para controlar la opinión pública como uno de los primeros pasos para perpetuar su mandato. En países más oligárquicos o dictatoriales como China, Cuba, Venezuela o Corea del Norte, la persecución de críticas que cuestionen al régimen o de noticias que los gobiernos cataloguen como falsas es mucho más evidente.
Por si esto fuera poco, las grandes corporaciones tecnológicas como Google, Amazon o Meta también ejercen la censura al restringir contenidos que incumplen sus políticas, que generalmente
están diseñadas para ser deliberadamente ambiguas de manera que justifiquen la eliminación de cualquier publicación que vaya contra sus intereses políticos o comerciales bajo pretextos como el discurso de odio. También ha habido casos especialmente polémicos de obras literarias clásicas que han sido modificadas para que no promuevan valores que la sociedad actual considera inadecuados.
CONCLUSIÓN: LO QUE PODEMOS HACER
Ante este panorama, es normal que la mayoría de autores y editores vayamos con pies de plomo a la hora de escribir o revisar libros. Al final, el simple hecho de cambiar una simple palabra para evitar problemas con los distribuidores o campañas de cancelación por parte de grupos mediáticos es en cierta medida una censura indirecta. Pero es nuestro deber ser valientes y comprometernos con la libertad editorial, tomando decisiones en conciencia aunque puedan poner en riesgo nuestra actividad laboral.
Como lectores también podemos aportar nuestro granito de arena informándonos con espíritu crítico para apoyar a quienes se enfrentan a la censura y castigar a quienes la promueven. Esto podemos lograrlo con nuestro voto y nuestras decisiones de consumo, y también posicionándonos públicamente en contra de los censores y a favor de la libertad de expresión incluso cuando estemos en desacuerdo con los censurados. Como decía Voltaire: “No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo”.